miércoles, 10 de septiembre de 2008

1.-Balneario de Beni-Mejí

Lector benevolente (léase: parientes muy cercanos):
Si localizas los baños de que voy a hablarte, y compruebas que ni el agua discurre por donde y como yo te describo, ni está ya el madero con las hormigas, ni la ruta de carreteras es la misma que yo he seguido, no me llames mentiroso. No será porque yo te haya mentido. Alguna china interrumpe el surtidor, y produce otros regatos; o es que la más pequeña rama del último pino se ha partido y ya no filtra el sol sino que lo deja penetrar directamente en el estanque cortando en oro sus cristales, sin permitir que nos fijemos en el juego de las cascadas; o es que ya han terminado las carreteras locales y comarcales que yo he visto en obras o que figuraban cortadas en mi mapa. Lo que te cuento es verdad, sino con las carencias de un aprendiz de escritor. No me llames mentiroso, por favor. Abandona la lectura, pero no me digas mentiroso. Ni a ser posible consultes el folleto de mano y compares con lo que os relato. Procura que las únicas imágenes que tengas como referencia sean las que mis torpes y nada literarias palabras te susciten, y deja para los publicistas y demás destripa-paisajes y devora-rutas que fotografíen sin orden ni concierto, ni historias que los sustenten las maravillas que salgan a su paso.
Permite además, gentil leyente, que cuente aquí lo que creo es la causa de un sueño con el que se relaciona.

Con motivo del exquisito melón con jamón que sirvieron a mi Ambarina, les informaba yo a Paquita y a Jorge, que los mejores melones que nosotros habíamos comido eran los que un amigo de Polasanta, compañero y la mejor persona del mundo cultivaba en una casa de campo de la partida de Verdevall donde vivía, con su padre medio ciego, su madre baldada casi sin poder cambiar de postura, su mujer María, el corazón de la casa que gobernaba los animales, los abuelos y a tres hijos, (dos niñas y un zagal, capaces cualquiera de ellos de dar una pedrada al gorrión que se atreviera a picotear una mangrana). Paralizados se quedaban, ellos que se revolcaban en cualquier sitio del terreno, sin miedo a rasguñarse ni preocupados por el deterioro de sus vestidos, cuando bajaban de aquella Citroen AK mis tres hijas que debían parecerles figuritas de porcelana dando vueltas apoyadas en un pie, sobre la tapa de una cajita de música, a las que no hay que tocar porque se estropea el mecanismo. María era mujer de ninguna palabra. -¡Pero!, Señoreta, -le decía a mi Ambarina en cuanto bajaba frente a la naya, (porche o soportal de casi todas las casas levantinas para hacer la siesta por la tarde y tertulias por la noche) recién regadas mil tinajas y macetas con ejemplares de todos los rosales, palmas y geranios del mundo. Con lo cual quería decirnos: -¡Qué gusto que hayan venido, Señoreta y Valentín! ¡Pero! volvía a repetir cogiendo la manita de mi Encarnín, para decirle: ¡Hola pelirroja! ¡Pero!, al darle un beso a la Pili, queriendo decirle: -No te fíes de ese gato que es traidor. Y ¡Pero! decía a mi María Jesús queriendo decir: ¡Bendita la madre que te parió!, que así de clara era María cuando menos te esperabas. (Valentín, al cuento, .... volvamos al melón.)
Pues nada, que sin desmerecer la gran amistad, el cariño que nos teníamos mutuamente, el singular respeto y tratamiento que el matrimonio y los zagales dispensaban a los abuelos, el exquisito sabor de aquel arroz con pollos engordados por María, sin embargo todo hay que decirlo, era un lugar sucio y pestilente donde los haya.
-Uy, ¿qué va? ¡Qué mentiroso! Si en aquella naya tan fresca en la más calurosa hora del medio día, no entraban más que las mariposas. Si María ponía toda la energía de labradora en mantener aquel sitio como lo tenía, como los chorros del oro para que los abuelitos y nosotros estuviésemos en la gloria. ¡Anda, anda, Valentín, no cuentes mentiras!
Sorprendido miré a Jorge que disimulaba. Y a Paquita que exigía una explicación con su mirada.
Pariente o Lector amable, si quieres pasa por alto hasta “Los preparativos”, pero aunque fuese desagradable necesariamente tuve que decirle:
-Ambarina, convendrás conmigo que a sólo centímetros de la naya, tenían un lavadero para todo, bajilla y colada, por cuyo aliviadero al abrir el grifo se inundaba el surco que regaba las palmeras donde tantas veces, alguna de las nenas metió el pie para alborozo del Carlitos y la Merceditas y desconsuelo de la mayor, Celia, que se sentía responsable de la fechoría. Convendrás conmigo que a tres metros sólo del lugar limpio como los chorros del oro, atados en cuatro estacas de hierro de medio metro de profundas porque a menos podían con el atado, tenían nuestros amigos 4 mastines, o podencos, o perdigueros con sus correspondientes palanganas de comida y esparcidos eso sí en el extremo de la cadena, excrementos recientes y sabe Dios de cuanto tiempo. Convendrás conmigo Ambarina, que a tan solo 10 metros tenían una pajarera con más de 100 verderones que utilizada para cazar pajarillos en época de paso del estrecho que revoloteando generaban un polvillo que llegaba justo al lugar limpio, limpio, limpio. Y finalmente convendrás conmigo que adosado a la cara sur de la casa principal tenía un mulo la cuadra, cuyo hedor pestilente y ácido era tan penetrante que había tenido Félix que hacer dos grandes agujeros en las dos paredes de barro, so pena de encontrarse cualquier día al mulo tieso envenenado. Bueno pues (taparos los oídos, o cerrar los ojos), tenía el animal tal cantidad de moscas desde la punta de las alicaídas orejas hasta la punta del rabo que ya había dejado de usarlo para matarlas, que era como si no tuviera pelo, como si estuviese enfermo y lo hubieran cubierto con una capa hecha con esos nudos de lana que eran las moscas. Recuerdo que acompañando a Félix por todas las dependencias le dije imprudentemente: -Félix ¿está cambiando de pelo el animal? –No, -me contestó creo que muy avergonzado. -Es que al no llegarnos el agua para el riego no se gana el alojamiento, y a mi me faltan manos mientras Carlitos no crezca. Eso me dijo, créeme, lector amigo. Por lo tanto Ambarina, pregona tú la limpieza de la naya y su buen estar, que no es falso. Pero no es posible que te hayas olvidado de aquel otro lugar pestilente y sucio como pocos,y especialmente del mulo. No he mentido
Y aquí lo dejamos.

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